
Normalmente he sido bastante crítica con los modelos teóricos que sostienen que los primeros años de vida son la clave del resto de la construcción personal. Hoy en día, a pesar de seguir renegando de cualquier determinismo que nos anule el libre albedrío, admito que la infancia es un espacio por el que antes o después tendremos que bucear si queremos conocer dónde se fraguaron algunos de nuestros malestares emocionales adultos crónicos.
Por el colectivo con el que trabajo, personas especialmente vulnerables, me resisto a pensar que no exista solución a una infancia en desventaja. Es evidente que relaciones de abuso en el entorno familiar pueden generar consecuencias devastadoras en una o varias áreas de la vida (salud física, salud emocional, rendimiento intelectual, relaciones interpersonales, etc). Sin embargo, diariamente veo como muchas personas trabajan para sentirse mejor y salir adelante a pesar de sus dificultades. Es cierto, que este camino suele ser muy pero que muy largo, y también necesitado de múltiples apoyos para mantenerse pero, existe como opción.
Algo me hacía rechazar la idea de que estas secuelas pudieran estar generadas por acontecimientos tan tempranos.
Sin embargo, la experiencia me ha llevado a cambiar mi punto de vista porque:
- A pesar de que la resiliencia permite renovar la motivación para seguir avanzando y mejorando
- Y también, que muchos recursos y técnicas de atención psicológica centrados en el presente, mejoran el funcionamiento global y reducen el nivel de malestar emocional.
- O que incluso ese daño emocional nos ha llevado a determinados éxitos por la asociación tan habitual de «me quieren no por lo que soy sino por lo que hago«
en algunos casos, detrás de una depresión que no termina de desaparecer, detrás de una ansiedad cuyos síntomas se controlan pero una y otra vez reaparecen en determinados momentos, e incluso, detrás de algunos comportamientos autodestructivos, se encuentra una herida emocional temprana en la que suelen estar implicadas las figuras de referencia primarias .
No hace mucho, en el transcurso de la enésima discusión con mi madre, ya ni siquiera recuerdo sobre qué, ella hizo una reflexión que ahora me parece la clave de esa herida que presentan muchas de las personas que sufren de ese sentimiento de inadecuación, vacío eterno o falta de autocompasión,
ay hija… no se puede mandar en los sentimientos de los demás; si alguien no te quiere o no te quiere bien, pues eso, que no te quiere.
Parece una afirmación sencilla de entender a nivel racional (ante relaciones con amigos o conocidos, en situaciones de enamoramiento no correspondido, etc)
pero…
- ¿Cómo podemos desarrollarnos de forma emocionalmente sana cuando quien no nos quiere bien es la figura (o figuras), con la que deberíamos sentir que somos dignos de ser amados y aceptados incondicionalmente?

- ¿Como se digiere a nivel emocional qué esa persona por cuyos sentimientos no queremos (consciente o inconscientemente) dejar de pelear, cuyos sentimientos de rechazo no queremos aceptar, es la persona que más nos tenía que haber querido y protegido?
- ¿Qué sucede cuando nuestra madre (o quien fue nuestra figura primaria) no ha podido, no ha sabido, o no ha querido amarnos?
- ¿Cómo puede saber una persona quién es y su valía, si la figura que participó en la construcción de su identidad- nuestra madre-nos miró con una mueca de reproche continua o quizá ni siquiera nos miró, porque siempre tenía otra cosa más importante que hacer o atender o porque simplemente no sintió esa conexión con nosotros?
- ¿Cómo se puede superar esa herida y reconstruir una imagen de nosotras mismas que lleva distorsionada desde hace tanto tiempo?
En Madres que no saben amar, la psicoterapeuta Karyl McBride presenta un relato sobre las secuelas que madres centradas en sí mismas y en sus necesidades, generan en sus hijas. Esboza también el inicio del doloroso camino hacia la curación que por supuesto, tiene que pasar necesariamente por elaborar ese duelo y despedirse de la madre perfecta.
Yolanda Pérez
psicolunablog@gmail.com
Efectivamente Yolanda, tu madre ha dicho sabiamente que nadie puede mandar sobre los sentimientos de los demás. Los demás con sus gestos, palabras o actos nos pueden INVITAR a sentirnos de una determinada manera u otra pero la ELECCIÓN de aceptar la invitación o no es nuestra, e incluso, podemos elegir la duración e intensidad de de la emoción. Efectivamente, ante determinadas circunstancias es posible que todos sintamos lo mismo, lo que en principio valida lo acertado y sano de este sentimiento o emoción, pero hay que tener cuidado con determinados sentimientos «parásitos» con los que nos identificamos y que condicionan nuestra propia imagen y valía (autoestima) y con aquellas emociones que parecen estar prohibidas, alegría, ilusión, etc.
Nuestras experiencias más tempranas con nuestras figuras de apego, principalmente los padres y en especial, parece que la madre (yo también lo creo), es evidente que nos marcan pero no tienen porque condicionar irremediablemente nuestro futuro porque sino no habría posibilidades de cambio y aunque no se puede cambiar CÓMO HEMOS VIVIDO el pasado (y, no digo el pasado que es el que es pero todas las personas reaccionan igual ante las mismas circunstancias) si podemos ELEGIR pedir ayuda para darnos cuenta, perdonarnos, perdonar, elaborar todo aquello que ha quedado pendiente y sin resolver -duelo- y reconstruirnos, de manera que siendo los mismos vayamos acercándonos a una versión mejorada, actualizada de nuestros mismos e ir desarrollando todo nuestro potencial como el ser único e irrepetible que somos cada uno. Elisa Herrero. Psicología Humanista. Santander
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He leído este libro hace poco y la verdad es que lo tomé en principio con cierta desconfianza, precisamente por lo que planteas y porque el apartado de «autoayuda» de las librerías me da un poco de «alergia». Pero lo he encontrado bastante interesante, creo que es para tomar en cuenta. Gracias por tu aporte Yolanda.
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Hola, soy Carmen tengo un hijo ya mayor y lo EH querido y lo quiero con todo mi corazón porque mis padres también ami y mi hermana nos amaron ellos ..pienso y EH trabajado en un Hospital y EH tratado ah mucha gente al paso 34años q las carencias de los padre hacia los hijos son muy mala y eso lo EH observado en mucha gente y cuando man contado su vida todo radica en una infancia falta de cariño y eso perturba todo el desarrollo emocional del niño o niña el Amor es el lenguaje de corazón y eso lo necesitamos todos los seres humano pequeños y mayores un saludo desde Andalucia..
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Gracias a Yolanda y a quienes han generado sus comentarios, todos válidos y respetables por supuesto. Efectivamente será doloroso el camino para la curación, pero no menos, que el tránsito que desde la infancia se haya recorrido en las diferentes etapas de vida, cuando se trata de hijas que desde la crianza han estado orbitando ante una madre narcisa. Unas con más secuelas que otras, pues hasta el lugar de nacimiento entre hermanas, tiene más o menos efectos que en otras. Gracias a todo aquel que se ha dado a la tarea juiciosa de estudiar lo que para ciertas culturas es casi innombrable y dan por sentado que se idealiza a la maternidad como ese rol con tendencia a no ser cuestionado. Nada fácil labor tienen esos generosos profesionales y terapeutas, al abrir la caja de pandora y encontrar más de una sorpresa! Mil y mil gracias por proponer alivios que solo cada persona – mujer – sabrá adoptar desde sus heridas más profundas, como son las abiertas en edades tempranas. Bendiciones para todas aquellas mujeres que han tenido que transitar sus vidas bajo estos dolores y éxitos no solo para duelar esas heridas, sino para recuperarse de ese dolor tan macabro!!!
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Gracias por tu comentario Paulina. Por suerte, la mayor parte de las veces el ciclo de la vida funciona correctamente y tras el nacimiento el vínculo entre la madre y el bebé no tarda en fortalecerse. Cuando una madre no sabe amar pueden existir en ella igualmente heridas emocionales en su propia historia de crianza que no han sido adecuademtent tratadas
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