
Hace unos días a mi hijo mayor se le cayó otro diente de leche. Tal y como manda la tradición, esa noche al acostarse y sin poder contener la emoción, puso su diente debajo de la almohada para que el «ratoncito Pérez» pudiera hacer su trabajo.
La tarea del personaje consiste en llevarse el diente y dejar en su lugar un pequeño regalo o una moneda.
Me resulta muy tierno y divertido despertarme a la mañana siguiente con unos susurros que acaban convirtiéndose en gritos de forma irremediable.
– ¿estás despierto? ¿está el diente? ¿has mirado a ver si te ha dejado algo?
– no, espera que miro. ¡No encuentro el diente!
-¡Mira!!! ¡no está!!!
-¡Hala!! mira lo que ha dejado!!! ¡ha venido, ha venido!!
Ahí es cuando la cosa empieza a desmadrarse y los susurros se convierten en gritos. Normalmente en ese momento salen corriendo para contar su gran descubrimiento al primero que encuentren.
Una escena parecida hemos vivido el día de Navidad cuando al levantarse han descubierto la gran cantidad de caramelos y regalos que tenían en el árbol y que en nuestro caso trae el Olentzero.
– ¿Qué curioso, verdad?- hablaba el otro día con otras madres.
– Sí. Es increíble que crean en estos personajes sin el menor atisbo de duda durante tantos años.
– Ya. Qué pena me va a dar cuando empiecen a sospechar y a hacer preguntas! Parece que en ese momento se empiezan a hacer mayores.
Quizá es un poco exagerado pero en parte no está lejos de la realidad.
Casi todos asociamos la fantasía y el pensamiento mágico a la infancia y más en concreto a la etapa que va entre los dos y los siete años.
Mi hija pequeña por ejemplo, se cree a ciegas que una lámpara de sal que hay en en casa sirve para espantar los malos sueños que podamos tener todos, tal y como yo le dije un día en su etapa de pesadillas cuando no quería meterse en la cama a causa de sus miedos.
Cuando hablo con otros padres y madres me encuentro un poco de todo: desde los escépticos y a su modo de ver prácticos que prefieren dar solo información veraz a sus hijos desde bien pequeños, a los que hacen lo imposible por mantener el más absoluto secreto y magia en todo lo que rodea a sus pequeños.
Por suerte la mayoría nos situamos en el saludable término medio.
Como si dependiera tanto de nosotros…
Y es que, el pensamiento fantástico y mágico de los niños forma parte de la identidad de esta etapa, y es fundamental en el desarrollo psicológico infantil, sobre todo en el periodo comprendido entre los s dos y los siete años aproximadamente.
En estos años, la forma de pensar de los pequeños, es todo menos lógica y realmente se caracteriza por la búsqueda de soluciones mágicas a las diferentes situaciones de su día a día.
Es una forma de simplificar la comprensión de la realidad y también de asumir aspectos de la misma que no siempre son fáciles y que les podrían generar ansiedad.
Por ejemplo, jugando pueden expresar los celos o el enfado que sienten por un hermanito que han tenido, sin sentirse culpables o angustiados por ello ya que el que está muy pero que muy enfadado es el muñeco.
Conforme pasan los años, lo esperable es que esa fusión entre fantasía y realidad se vaya deshaciendo de manera que los niños empiezan a distinguir y separar uno de otro. Su manera de pensar se liga más a lo real e inevitablemente aparecerán las dudas sobre los personajes mágicos y el desencanto por la fantasía.
Por lo tanto, no creo equivocarme si digo que usar la fantasía para aportar soluciones mágicas y reducir sufrimiento y mejorar su bienestar emocional, puede ser una opción muy válida si por ejemplo no quieren ir al médico o tomar una medicina. En estos casos, suele ser muy útil contarles toda una historia sobre el médico super héroe o la pomada mágica.
Utilizarla sin embargo para asustarles porque si no vendrá el «hombre del saco«, suele acentuar miedos ya existentes a la oscuridad o a dormir y desde luego no ayuda a que se queden tranquilos cuando están solos.
Yolanda P. Luna